El ciclo de la culpa se alimenta de tres dimensiones básicas: falta de autoaceptación, vergüenza y malestar. No importa lo que hagamos o dejemos de hacer, en el día a día todo acto o nos llevará a ese punto donde reside el sentimiento de culpa. Todo pensamiento, toda dinámica en la que estemos inmersos, acabará orillando en esa herida interna que no reparamos o afrontamos como es debido.
La falta de aceptación hacia nosotros mismos y esa visión crítica nos va carcomiendo de manera inevitable. Más tarde aparece la vergüenza, que no es más que el rechazo hacia la propia persona. Estos dos componentes intensifican en el día a día un mayor malestar.
Recuerda, la culpa, como ya se mencionó, nos ayuda para sensibilizarnos ante aquellas acciones que hacemos o dejamos de hacer y que nos permite enmendar o mejorar como personas; pero debe estar inscrita dentro de un tiempo. Tiene un inicio y un fin, así como un objetivo que como se menciona se centra en la superación.
No obstante, se distorsiona su uso cuando inicia, pero no finaliza, es decir, cuando nos sentimos mal por una falta que cometimos, pero continuamente nos estamos recriminando una y otra vez.
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